viernes, 13 de enero de 2012

Todo mal ~

Molly se mordió el labio. Ahí estaba él de nuevo. Unos metros los separaban, pero su perfume entraba por la nariz de ella, llegaba al los pulmones, y desde allí, por la sangre, al corazón, y de nuevo a la sangre hasta el cerebro. Éste ordenó a la piel que se pusiera como de gallina, erizando todos los rubios pelitos del brazo de Molly. El instinto animal pretendía que sea él quien se acerque de nuevo a ella. Pero Molly esperó tanto, pero tanto, que la duda la carcomía: ¿Querrá seguir saliendo conmigo? ¿Le habrá gustado pasar la noche conmigo? ¿Por qué no me habla?
Los seres humanos tienen (o tenemos) que aprender que el interés sobre una persona se debe demostrar. La otra persona no es adivina, y si a nosotros nos importa, no se va dar cuenta sola. Molly ya estaba desenganchándose, pero él igual no se podía ir de su mente. Aunque sea lo recordaba para decir “¿por qué salí con ese idiota?”
Con paso firme, acortó la distancia. Lo saludó. “Hola. ¿Cómo estás? ¿Querés seguir saliendo conmigo? ¿Te gustó pasar la noche conmigo? ¿Por qué no me hablas más?” Sí, realmente lo asustó. Pero a eso nos incitan los hombres: a hacer pelotudeces.
Sin embargo, no salió todo tan mal. Él le dice que quiere algo, pero que ella lo asusta, y ella piensa que si él quisiera algo, por lo menos le hablaría 10 segundos todos los días. ¿Qué opinan?

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