martes, 7 de abril de 2009

Así nació Molly..


















Pobre Molly


“Pobre Molly” dijo una vez alguien, sintiendo lástima por ella. Estaba harta de que le sintieran lástima continuamente. Pero ella se lo buscaba.
Ella podía resaltar lo más hermoso que había en su corazón, como lo más triste y tenebroso. Amaba, con toda su alma; pero Dios no le permitía enamorarse. Es decir, pecaba todo el tiempo. Sintió odio contra él. “Es humano lo que sentís” decía su psicoterapeuta; mas su corazón pecaba al sentir rabia de que, para el resto del infinito universo, amar no fuera un pecado. Y continuaría pecando.

El mundo no le permitía verse linda. Sus amigos (si es que se los puede llamar así, porque siempre se quejaban de ella y no la apreciaban tal como era) le recomendaban que, para que el Ser Amado sea llamado por su atención, debía mostrarse linda, natural, fresca. Pero los prejuicios que había vivido en su infancia, no la dejaban ser natural ni fresca. Y mucho menos linda, ya que nunca nadie había gustado de ella. Los hombres que la tuvieron, fueron para exprimirle todo el jugo, y tirarla como una cáscara en un cesto de basura. “Pobre Molly”, decía uno por allá, otro por acá, hasta ella misma llegó a pensarlo.
“¿Habré venido a este mundo para ser un Corazón Solitario?” se preguntaba, mientras ponía en el toca discos, un LP de los Beatles. Y lloraba, siempre lloraba. Creía que sus sueños de ser música y actriz nunca se harían realidad. Que nunca más iba a poder amar.
Molly sabía que no estaba moldeada para este mundo. Veía a su alrededor sólo mujeres perfectas. Pero con algo en especial: todas “calentaban” a los hombres, ninguna les tocaba el Corazón. Pequeña, pero sin la mente verde, veía el mundo con otros ojos. A su paso, dejaba un profundo análisis coherente. No era como los demás.
Así, también sabía que los hombres no la amaban porque no era el prototipo que ellos esperan de una mujer: entregada. Ella era desprolija, descuidada, decía siempre lo que pensaba, impulsiva, hacía lo que quería; por momentos (con algunas copas de más) se destapaba, se sacaba la máscara y era capaz de hacer o decir cualquier cosa; bailaba mal, y nunca estaba a la moda (creía que vestirse como ella quería y sentía que debía hacerlo era lo mejor). Dejaba su marca en cada rincón. Pero su Ser Amado nunca prestaba atención a la personalidad o la simpatía, sino que buscaba la seducción, la lujuria, la perversión, la perfección.

Y continuaba pecando. Recordaba su triste pasado, el que la hizo así, reflexiva y optimista. Pero ese optimismo un día cayó en picada. Comenzó todo con una ciclotimia. A veces estaba bien, a veces estaba mal. Cuando veía que el Ser Amado lo único que le brindaba a la Pobre Molly era indiferencia (o se mostraba con una mujer “mejor” que ella), un cáncer le corría a ella por todo su cuerpo. Y lloraba. Días se mostraba, días lloraba inmersa en un mar de sábanas.

Vivía de los sueños y los deseos. Hermoso y perfecto mundo de sueños. Ahí se encontraba (una especie de “cita obligada”) todas la noches con su Ser Amado. Pero el maldito despertador la arrancaba de su hogar.
Tenía miedo, del pasado, del futuro. Miraba a las personas como si éstas estuvieran a punto de arrancarla de este mundo, o de su mundo... Y tenía miedo otra vez.
Nunca revelaba sus verdaderos sentimientos.
Nunca fue el alma de la fiesta. Nadie la escuchaba. Nadie la entendía. Nadie la veía linda. Nadie tenía un sueño mojado con ella. Nadie la abrazaba. Nadie la besaba. Sólo le tenían lástima. “Pobre Molly”, escribió.

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